POLITICA
Empresas en fase terminal: «Tenemos un problema de rentabilidad, de presión tributaria y de ingresos»
«Tenemos varios problemas, en primer lugar encontramos la baja del consumo a partir de la incorporación de nuevos actores, que son viejos actores y con una nueva ambición, que son los estados municipales, provinciales y nacional que van por la capacidad de compra del consumidor», inició Guillermo Siro.
El responsable de la Confederación Económica de la Provincia de Buenos Aires (CEPBA) destacó que «hoy el aumento indiscriminado del impuesto inmobiliario, la patente y lo que son los impuestos provinciales, a lo que se suma el incremento de las tarifas, además generan un incremento en los impuestos nacionales y provinciales incluidos en las tarifas”.
«Las tasas de los municipios también están aumentando y en algunas localidades están subiendo al 2 por ciento el ticket de combustible que es una de las tantas locuras que nos está llevando a que nos peleemos por el escaso bolsillo del consumidor», criticó el referente del empresariado bonaerense.
A su vez, explicó que «lo que tenemos que ver es que la capacidad de compra ha caído a cerca de un 30 por ciento, pero además de eso el mostrador cayó un 30 por ciento». Y señaló: «Por lo cual, tenemos un problema de rentabilidad porque nos aumentan todos los costos, tenemos un problema de aumento de presión tributaria y tenemos un problema de ingresos».
«La necesidad de los estados provinciales de recaudar porque no están haciendo ningún tipo de ajuste es aumentar los impuestos, y eso está haciendo que se produzca para nosotros una situación muy difícil», destacó el representante empresarial.
Asimismo, afirmó: «No hay diálogo con ningún nivel del estado, inclusive estamos trabajando muy fuertemente porque al incremento que la nación y provincia autorizaron de energía eléctrica se le suma la mala praxis o errores de facturación donde no se factura en la categoría correspondiente, y aunque no consumas más te cambian de categoría para cobrarte más alto el kilovatio».
«Los municipios aprovechan la factura de la luz para cobrar tasas como el fondo de bomberos, el fondo del hogar de ancianos, la iluminación pública que cobran dos veces porque está la factura de luz y por otro lado vuelven a cobrar el ABL que es un problema grande ante la falta de eficiencia del uso de recursos públicos», cerró Siro. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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POLITICA
El tiempo que tenemos: notables actuaciones de Florence Pugh y Andrew Garfield para un melodrama que juega con el tiempo
El tiempo que tenemos (We Live In Time, Reino Unido/Francia/2024). Dirección: John Crowley. Guion: Nick Payne. Fotografía: Stuart Bentley. Edición: Justine Wright. Elenco: Florence Pugh, Andrew Garfield, Grace Delaney, Lee Braithwaite, Adam James, Douglas Hodge, Aoife Hinds. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Imagem Films. Duración: 108 minutos. Nuestra opinión: buena.
Hay historias que necesitan actores “importantes”. No solo importantes en términos de su talento, o su prestigio, o siquiera en su incidencia en la taquilla. Importantes por su cualidad de estrella, algo que Alfred Hitchcock entendía bien y dejó inmortalizado en la larga entrevista con François Truffaut que resultó en El cine según Hitchcock. Hablando de Saboteador (1942), una de sus primeras películas en los Estados Unidos, señaló entonces la condición “ligera” del protagonista Robert Cummings como una de las razones de la falta de compromiso del público con su suerte. “El público concede menos importancia a los problemas de un personaje interpretado por un actor que no le resulta familiar”. Un actor que no tiene esa cualidad de estrella, podríamos agregar.
Quizás esa es la verdadera preocupación del irlandés John Crowley a la hora de elegir al reparto de El tiempo que tenemos, su verdadera incursión en el melodrama, aún en tono menor. La historia es simple, algo convencional -como lo había sido Brooklyn (2015), su éxito previo al horrible traspié de El jilguero (2019)-, pero no por ello menos conmovedora. Una mujer joven sabe que está enferma y que el tiempo que le resta debe pasarlo haciendo tratamientos para sobrevivir de manera pasiva, o emprender una entrega más absoluta a lo que quiere y desea. Está enamorada de su pareja, tienen una nena de tres años, y además disfruta y se luce como chef en su propio restaurant en el corazón de Londres. Es claro, piensa Crowley, que para que nos importe ese periplo que combina la amenaza de la muerte y el ímpetu por la trascendencia, los actores que interpretan a esos personajes queribles, y de algún modo condenados, deben resultarnos familiares -en palabras de Hitchcock-, involucrarnos en su destino, y conmovernos hasta las lágrimas.
Florence Pugh y Andrew Garfield hacen un gran trabajo. Tienen carisma, química en sus escenas de amor, transitan con fluidez entre el drama y la comedia, y transmiten una verdad que escapa al mero verosímil. Pese a ello, la película no llega a estar a su altura. Elige una caprichosa estructura de alternancia temporal, que se presume sofisticada y que no termina de usar en su favor, esquivando la dimensión existencial en virtud de un juego con piezas a reacomodar. Entonces tenemos tres cronologías en danza: cuando los protagonistas se conocen, se enamoran, surge el fantasma de la enfermedad; luego cuando están esperando a su hija, con vaivenes de comedia que ofrecen las escenas más memorables; y luego un presente en el que las sombras reaparecen y con ellas las elecciones de vida. Ese ida y vuelta en el tiempo no ofrece más que un pretencioso rompecabezas que no esconde nada porque siempre tiene lo que ya sabemos para mostrar.
El tiempo que tenemos es una historia de amor amenazada por la muerte cuyas tensiones están delineadas sobre un lienzo universal: ¿qué es lo esencial de una vida, la memoria del mundo o la de los propios que nos recuerdan? ¿Un tiempo efímero de gran intensidad o una pasiva agonía? Preguntas que ha transitado el melodrama a lo largo de su historia y de las que Crowley tiene clara conciencia. Sin embargo, no se termina de conformar con esa premisa. Elige un espiral temporal que no es más que una anécdota, subraya algunas escenas con pantalla partida o música melosa cuando alcanzaba con el rostro desnudo de sus protagonistas, y enfatiza falsos dilemas de la modernidad -¿trabajo o amor? ¿Matrimonio heteronormativo o convivientes sin papeles?- cuando apelar a lo esencial es siempre la mejor solución.
Por suerte, Pugh y Garfield están ahí para hacernos sentir y creer en lo que vemos, para rescatarnos cuando la película se desvía en sus propios aires de “importancia”.
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