POLITICA
Álvaro González: “Es difícil saber qué es La Libertad Avanza si se lo saca a Milei”
En primera instancia, el legislador comentó: «Lo primero que deseo decir para que quede claro es que repudio absolutamente la metodología de Maduro y todo lo que está haciendo para aferrarse al poder que no puede demostrar que es legítimo porque cuánto más fácil sería si estuviesen los telegramas arriba de la mesa», inició Álvaro González.
Asimismo, el diputado nacional expresó: «Resulta ser que el gobierno que está sospechado o que estaba frente a las elecciones, no dejó que lleguen los veedores internacionales que le podían dar transparencia y legitimidad al proceso, no muestra los papeles y se autoproclama ganador». «Entonces, realmente, más allá de que uno ideológicamente pueda estar en contra o a favor, donde yo estoy en contra de lo que Maduro hace, promueve y de lo que ha generado en Venezuela que es un éxodo de millones y millones de venezolanos que andan por el mundo dando vueltas, casi errantes, esperando que esto se resuelva para poder vivir en su país», sostuvo.
Desde este punto, señaló que «lo mínimo que se necesita en un sistema democrático es exhibir el acto más sagrado que es el acto electoral donde la ciudadanía se expresa y decir cuales son los números, pero no pueden mostrar los números y por eso no hay mucho más para decir».
«Maduro se tendría que ir o mostrar los papeles si los mismos dicen que se tiene que quedar, pero resulta ser que por lo que uno ve en las imágenes el escoge echar a los funcionarios diplomáticos que no son afines a su modelo, secuestran dirigentes opositores, dice que hay tres o cuatro muertos en Caracas producto de los disturbios con la sociedad y qué más hay que esperar», refirió González.
Asimismo, sentenció: «El problema acá es que hay que ver cómo sigue esto, más allá del repudio que nosotros vamos a sacar, los comunicados, las expresiones, esto que estamos transmitiéndole a la sociedad que está bárbaro, pero Maduro va a seguir en el poder de Venezuela y qué tipo de gobierno se va a tener en un país de Latinoamérica que tiene como espejo a países del otro lado del mundo que no son los más democráticos del mundo como Rusia, China, Irán o Serbia».
Por último, reflexionó: «Me da la sensación que Lula le soltó la mano a Maduro en el sentido que no fue tan explícito como otras veces y siempre hablo Lula de esperar el resultado de las elecciones que no sabemos cómo salieron porque no se mostraron los papeles y esto no es un problema de oficialismo u oposición, sino que es un problema institucional».
INTERNA ENTRE EL PRO Y LA LIBERTAD AVANZA
«Es raro lo que pasa porque una persona como Milei llega a ser candidato sin tener partido político y eso amerita que reflexionemos todos porque hay un cambio en el elector que no vota más a los partidos políticos, sino que vota más emocionalmente que racionalmente», subrayó. Y agregó: «Prometió que iba a dolarizar como consigna, pero no cumplió y parece ser que la gente que lo votó no esta tan enojada ya que sigue manteniendo un altísimo grado de adhesión, pero debemos preguntarnos por qué pasa esto y a mi modo de ver es que hubo una enorme cantidad de votos que se llevó Milei como anti lo que estaba».
«Nosotros siempre como Pro acompañamos y sin embargo me decía rata, es raro todo porque los acompañás y te agreden, pero parece que ese estilo con modales y vocabulario es lo que llama atención y genera una expectativa a la sociedad», analizó el legislador. Asimismo, observó: «Mientras tanto, el Pro tiene distintas formas de pensar donde el sector ligado a Bullrich (Patricia) es más afín a La Libertad Avanza, pero yo estoy con Horacio (Rodríguez Larreta) y creo que el tiempo de acá al próximo turno electoral tendrá que ver en cómo le vaya al gobierno y la sociedad acompañará o no según las respuestas que se le de».
Finalmente, planteó: «Yo no creo que el Pro se deba alinear con La Libertad Avanza porque creo que La Libertad Avanza es difícil saber lo qué es si uno lo saca a Milei«, concluyó. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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POLITICA
El tiempo que tenemos: notables actuaciones de Florence Pugh y Andrew Garfield para un melodrama que juega con el tiempo
El tiempo que tenemos (We Live In Time, Reino Unido/Francia/2024). Dirección: John Crowley. Guion: Nick Payne. Fotografía: Stuart Bentley. Edición: Justine Wright. Elenco: Florence Pugh, Andrew Garfield, Grace Delaney, Lee Braithwaite, Adam James, Douglas Hodge, Aoife Hinds. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Imagem Films. Duración: 108 minutos. Nuestra opinión: buena.
Hay historias que necesitan actores “importantes”. No solo importantes en términos de su talento, o su prestigio, o siquiera en su incidencia en la taquilla. Importantes por su cualidad de estrella, algo que Alfred Hitchcock entendía bien y dejó inmortalizado en la larga entrevista con François Truffaut que resultó en El cine según Hitchcock. Hablando de Saboteador (1942), una de sus primeras películas en los Estados Unidos, señaló entonces la condición “ligera” del protagonista Robert Cummings como una de las razones de la falta de compromiso del público con su suerte. “El público concede menos importancia a los problemas de un personaje interpretado por un actor que no le resulta familiar”. Un actor que no tiene esa cualidad de estrella, podríamos agregar.
Quizás esa es la verdadera preocupación del irlandés John Crowley a la hora de elegir al reparto de El tiempo que tenemos, su verdadera incursión en el melodrama, aún en tono menor. La historia es simple, algo convencional -como lo había sido Brooklyn (2015), su éxito previo al horrible traspié de El jilguero (2019)-, pero no por ello menos conmovedora. Una mujer joven sabe que está enferma y que el tiempo que le resta debe pasarlo haciendo tratamientos para sobrevivir de manera pasiva, o emprender una entrega más absoluta a lo que quiere y desea. Está enamorada de su pareja, tienen una nena de tres años, y además disfruta y se luce como chef en su propio restaurant en el corazón de Londres. Es claro, piensa Crowley, que para que nos importe ese periplo que combina la amenaza de la muerte y el ímpetu por la trascendencia, los actores que interpretan a esos personajes queribles, y de algún modo condenados, deben resultarnos familiares -en palabras de Hitchcock-, involucrarnos en su destino, y conmovernos hasta las lágrimas.
Florence Pugh y Andrew Garfield hacen un gran trabajo. Tienen carisma, química en sus escenas de amor, transitan con fluidez entre el drama y la comedia, y transmiten una verdad que escapa al mero verosímil. Pese a ello, la película no llega a estar a su altura. Elige una caprichosa estructura de alternancia temporal, que se presume sofisticada y que no termina de usar en su favor, esquivando la dimensión existencial en virtud de un juego con piezas a reacomodar. Entonces tenemos tres cronologías en danza: cuando los protagonistas se conocen, se enamoran, surge el fantasma de la enfermedad; luego cuando están esperando a su hija, con vaivenes de comedia que ofrecen las escenas más memorables; y luego un presente en el que las sombras reaparecen y con ellas las elecciones de vida. Ese ida y vuelta en el tiempo no ofrece más que un pretencioso rompecabezas que no esconde nada porque siempre tiene lo que ya sabemos para mostrar.
El tiempo que tenemos es una historia de amor amenazada por la muerte cuyas tensiones están delineadas sobre un lienzo universal: ¿qué es lo esencial de una vida, la memoria del mundo o la de los propios que nos recuerdan? ¿Un tiempo efímero de gran intensidad o una pasiva agonía? Preguntas que ha transitado el melodrama a lo largo de su historia y de las que Crowley tiene clara conciencia. Sin embargo, no se termina de conformar con esa premisa. Elige un espiral temporal que no es más que una anécdota, subraya algunas escenas con pantalla partida o música melosa cuando alcanzaba con el rostro desnudo de sus protagonistas, y enfatiza falsos dilemas de la modernidad -¿trabajo o amor? ¿Matrimonio heteronormativo o convivientes sin papeles?- cuando apelar a lo esencial es siempre la mejor solución.
Por suerte, Pugh y Garfield están ahí para hacernos sentir y creer en lo que vemos, para rescatarnos cuando la película se desvía en sus propios aires de “importancia”.
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