SOCIEDAD
El sugestivo thriller del español Manuel Ríos San Martín: “El olor del miedo”
Animales asesinados, elefantes que se reúnen a oler un cuerpo inerte, y la carrera por determinar qué vale más, si la vida humana o animal.
Primeras páginas de las 552 en camino. Elena es una veterinaria que trabaja en un zoológico de Valencia, y ahí los vemos a los elefantes, los chimpancés, los leones… Ella los cuida, los protege. Avanzamos… Hay alguien que dispara desde lejos, un criminal oculto que pretende aniquilar a los animales. Se pone en marcha una investigación, a cargo está un veterano de la UDEV (Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta) y una joven inspectora. El escenario parece un laberinto sin salida.
El recorrido sigue, y la historia se hace cada vez más trepidante. La policía no le da mucha importancia al asunto. Según el código penal, matar a un animal no se considera asesinato. ¿Es más valiosa la vida de un ser humano? Elena y Cristina, su pareja, junto a Sidy, su compañero en el zoológico, intentarán resolver el caso por su cuenta y así desenmascarar al culpable, pero hay algo en lo que no han pensado: ¿Y si ellos son los siguientes?
Publicada por la filial española del grupo Planeta, El olor del miedo es la última novela del escritor español Manuel Ríos San Martín, un thriller impactante y frenético que nos adentra en un misterio que parece sentenciado a nunca resolverse. Todo comienza con el asesinato en vivo de una elefanta albina llamada Blanca en el zoológico del Bioparque de Valencia, en España. Las redes sociales se inundan con teorías sobre el posible responsable y el revuelo se hace inmediato.
[”El olor del miedo” puede adquirirse, como libro electrónico, en Bajalibros, clickeando acá.]
Con buen tino, Ríos San Martín reflexiona sobre la manera en que los seres humanos se asemejan y se distancian de los animales en su comportamiento y acciones, y explora la cuestión de si la vida, ya sea animal o humana, se reduce esencialmente a la supervivencia y la transmisión de genes. Aunque los humanos han evolucionado y tienen la capacidad de tomar decisiones, el autor destaca que todas las especies animales existen para transmitir sus genes como un propósito fundamental de la vida.
Los elefantes tienen nombres que los humanizan de alguna manera: Daisy, Greta, Panzi, y Tantor. Todos ellos perciben el miedo cuando Blanca cae abatida. Se comunican sin hacer ruido, utilizando las vibraciones a través del suelo. De repente, todos se encuentran oliendo el cuerpo de Blanca, intentando entender, a su manera, qué es lo que ha sucedido. Si bien algunos animales pueden experimentar el miedo, el miedo a la muerte es exclusivamente humano.
La novela también aborda el papel de las redes sociales en la sociedad actual, donde el anonimato y la presión social pueden tener un impacto significativo en el comportamiento humano y en cómo se difunden las noticias y opiniones.
Manuel Ríos San Martín, que ha trabajado tanto como guionista y director en series de televisión, ofrece aquí una mezcla única de suspenso policial, reflexiones profundas, y una mirada crítica a la sociedad moderna y su influencia en nuestras decisiones y comportamientos.
La novela está narrada en tercera persona y se divide en cinco partes. A medida que la trama avanza, el autor demuestra su profunda investigación sobre las emociones primarias y comportamientos animales, estableciendo un paralelismo interesante con la experiencia humana. Sin embargo, a pesar de esta comparación, queda claro que los animales son fascinantes por su singularidad y no por su similitud con nosotros. En última instancia, los animales son valiosos por sí mismos, no como simples reflejos de la humanidad.
Sobre el autor: Manuel Ríos San Martín
♦ Es licenciado en Ciencias de la Información y ha trabajado como productor ejecutivo, director o guionista en distintas series de televisión, como Colegio mayor, Médico de familia, Compañeros, Raphael o Sin identidad.
♦ Actualmente, es director argumental de Operación Barrio Inglés (TVE).
♦ Ha dirigido un largometraje, No te fallaré, y ha colaborado en la escritura de los guiones de Amigos… y Maradona, la mano de Dios. Ha coordinado y coescrito el libro El guion para series de televisión, publicado por el Instituto de RTVE.
♦ Es autor de las novelas Círculos, La huella del mal y Donde haya tinieblas; las dos últimas se están adaptando a la televisión.
SOCIEDAD
Manuscrito. Para pegar poemas en la heladera
Buena parte de este año tuve a la vera del teclado dos libros que me dediqué a releer a la primera pausa abriéndolos por cualquier página. Son la Poesía completa (1958-2008), de Joaquín Giannuzzi, y La vida en serio. Obra completa (1998-2019), de Juana Bignozzi. El tomo de Giannuzzi tuvo una edición anterior, pero esta (del Fondo de Cultura) agrega un prólogo de Fabián Casas sobre esa “poesía prosaica que viene de estudiar a los grandes maestros de la prosa”. El de Bignozzi (salió por Adriana Hidalgo, lo curó Mercedes Halfon), que reúne la segunda mitad de su producción, incluye algunos inéditos y pone en contratapa un poema inolvidable. Empieza así: “cuando yo esté muerta un libro va a llevar mi nombre/ se llamará obra completa porque nunca más/ podré agregar una línea/ y ahí estará mi primera juventud/ las etapas intermedias/ la última pasión antes de volver a la verdadera…”
«El libro de Martín Prieto deja en evidencia que la lectura de poesía no es nada arcano, que puede ser profunda pero también cosa cotidiana»
Bignozzi y Giannuzzi reaparecen –y este es el punto– en otro de los libros del año, que desborda de versos, pero está en prosa. Lo firma Martín Prieto y tiene un título ganchero: Un poema pegado en la heladera (Blatt&Ríos). Pequeños ensayos o crónicas razonadas, lo que dejan en evidencia es que la lectura de poesía no es nada arcano, que puede ser profunda pero también cosa cotidiana. Prieto relaciona poemas, los analiza y los hila muchas veces con elementos autobiográficos.
Bignozzi aparece cerrando el primer capítulo (después de Denise Levertov, Juanele Ortiz y Philip Larkin). El tema es el paso del tiempo. En “Sutherland. Retrato destruido de Churchill”, la poeta le da instrucciones al artista que pintó al político inglés (cuadro que la mujer de Churchill destruyó) para que la pinte a ella en su juventud, de manera tal que su marido pueda ver “a la muchacha que no conoció/ y con la que vive hace más de treinta años”.
El apartado en que figura Giannuzzi lo tiene además como personaje: un Prieto veinteañero visita al poeta, allá por 1980, cuando sacó con unos amigos un volumen con sus primeras piezas. Giannuzzi –al que no conocía, al que no había leído– lo recibió en el edificio del diario Crónica, donde trabajaba, y después lo acompañó a tomarse el colectivo. “Un gesto soberano” (de modestia, se entiende), define Prieto, antes de hacer la síntesis precisa de una obra –de Nuestros días mortales a Un arte callado– que asumió que todo lo personal es político, pero que el cambio se aprecia mejor en las “pequeñas mutaciones de la vida cotidiana”, a la espera de “un nuevo lenguaje que puede estallar en cualquier momento”.
«Ese hábito, ese gesto que permitía el hallazgo de un poema de la nada, en una página de todos los días se diluyó, como si los lugares comunes de la época no toleraran esa capacidad de resistencia, de duración»
El libro podría valer por ese acercamiento a dos poetas clave, pero hay, claro, muchos otros. La imagen “entre borrosa y mitologizada”, por ejemplo, que conserva Prieto de Elvio Gandolfo en un bar de Rosario, cuando lo conoció, y ese poema urbano que más tarde le permite entender que lo había encontrado en su “zona particular” del mundo. Y también el apartado del título, que habla del recorte de un poema de Francisco Madariaga, “Viaje estival con Lucio” (aparecido en un diario, justamente LA NACION) que la mamá del autor tenía pegado en la puerta de la heladera. “Un poema publicado en un diario contiene no un destino, pero sí una posibilidad de destino diferente al publicado en un libro”, anota Prieto. Ese hábito, ese gesto que permitía el hallazgo de un poema de la nada, en una página de todos los días se diluyó, como si los lugares comunes de la época no toleraran esa capacidad de resistencia, de duración. Una consigna posible: copiar y pegar poemas en la puerta de la heladera.
La poesía soportó en todo caso desplantes peores que ese y sigue ahí para quien quiera. Incluso hace acto de presencia en la vulgar mosca que acaba de entrar por la ventana abierta y que en este momento “explora el borde del vaso en rápidos giros discontinuos”. Linda descripción, me digo, antes de darme cuenta de que solo estoy repitiendo un verso de Giannuzzi.
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