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“Hipnocracia” o el régimen de la sociedad adormecida con dos sumos “sacerdotes”: Trump y Musk

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Multitud de investigaciones lo vienen advirtiendo: los memes no son inocuos; para los extremismos, es el lenguaje más eficaz de difusión de sus ideas. Las redes son herramientas de polarización e injerencia sofisticadas. Los bulos creados con inteligencia artificial (IA) generan una realidad falsa indistinguible y amenazan la democracia. La propia IA nace con sesgos que no son inocentes. Detrás de todo este arsenal hay una estrategia que el filósofo hongkonés Jianwei Xun define como “hipnocracia”, un concepto que Cecilia Danesi, investigadora en el Instituto de Estudios Europeos y Derechos Humanos (Universidad Pontificia de Salamanca), resume como “dictadura digital que permite modular directamente estados de conciencia” mediante la “manipulación a través de las historias que consumimos, compartimos y creemos”. La finalidad es la eliminación de una ciudadanía crítica e informada y precisa de la supresión de cualquier salvaguarda.

Jianwei Xun, autor de Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad (aún no editado en español), afirma que este régimen es “el primero que opera directamente en la conciencia”: “No reprime el pensamiento, sino que induce y manipula los estados emocionales”. El objetivo es “adormecer el pensamiento crítico” utilizando la información como “humo hipnótico” a partir de “abrumar los sentidos con estímulos constantes” y conseguir que “realidad y simulación se vuelvan sinónimos”.

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Para Danesi, integrante del reciente encuentro AI Action Summit celebrado en Cannes (Francia) que abordó la situación, esta fragmentación “erosiona y cambia radicalmente la manera en que los ciudadanos perciben la realidad y toman decisiones políticas, una situación que exige un análisis profundo y una regulación eficaz”. “La primera perjudicada es, sin duda, la democracia”, alerta.

El poder evoluciona más allá de la fuerza física y la persuasión lógica. Se ha vuelto gaseoso, invisible, capaz de infiltrarse en todos los aspectos de nuestras vidas

Jianwei Xun, filósofo

En estas condiciones, según escribe el pensador hongkonés, “el poder evoluciona más allá de la fuerza física y la persuasión lógica”. “Se ha vuelto gaseoso, invisible, capaz de infiltrarse en todos los aspectos de nuestras vidas (…) Estamos en un estado permanente de hipnosis donde la conciencia permanece atrapada, pero nunca completamente tranquila”, sostiene.

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Como ha recordado en el foro francés Gianluca Misuraca, director científico de la iniciativa europea AI4Gov, los sumos “sacerdotes” de este nuevo régimen son el presidente de EE UU, Donald Trump, y su mano derecha, el multimillonario Elon Musk. Ambos lideran lo que Jianwei Xun identifica como “capitalismo digital”, donde “los algoritmos no son herramientas de cálculo y pronóstico, sino tecnología hipnótica de masas”. Según abunda Danesi, codirectora del máster en gobernanza ética de la IA en la UPSA, “la hipnocracia permite una injerencia más profunda y silenciosa, manipula nuestro pensamiento sin que nos demos cuenta, lo cual es más peligroso todavía porque es más difícil de advertir”.

Y para que la capacidad hipnótica de este exacerbado liberalismo digital funcione hay una premisa fundamental: la ausencia de regulación. Empresas de redes sociales, como X, propiedad de Musk, o Meta, de Mark Zuckerberg, han eliminado la moderación de contenidos. Otras plataformas de IA han comenzado a eliminar restricciones a respuestas sobre cuestiones potencialmente dañinas.

El Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST, por sus siglas en inglés) ha requerido a los científicos del Instituto de Seguridad de Inteligencia Artificial de EE UU (AISI, por sus siglas en inglés), creado por Joe Biden en 2023 para anticipar los problemas que pueda generar la IA, a que eludan el desarrollo de herramientas “para autenticar y rastrear la procedencia de los contenidos” o “etiquetar” el elaborado con los nuevos modelos de lenguaje. Trump rechaza la moderación de contenidos y reclama su supresión en aras de una supuesta libertad de expresión. Una orden ejecutiva emitida por el presidente estadounidense en enero justifica la medida: “Para mantener el liderazgo, debemos desarrollar sistemas de IA que estén libres de sesgos ideológicos o agendas sociales diseñadas”.

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“Es una falacia”, replica Danesi: “Esta idea de a mayor regulación menor desarrollo o progreso es una idea falsa porque los sectores más regulados, como el farmacéutico o los bancos, son los que más ganancias tienen. El problema es cuando la regulación está mal hecha y eso sí implica una obstrucción a la innovación. La clave está en cómo regular para garantizar valores supremos como los derechos humanos o fundamentales”.

La proliferación de imágenes generadas por IA que fundamentan noticias falsas (deep fakes), la fácil viralización del contenido, independientemente de su veracidad, y las narrativas manipuladas han convertido la desinformación en una de las amenazas más graves para los sistemas democráticos

Cecilia Danesi, investigadora en el Instituto de Estudios Europeos y Derechos Humanos

Esta ausencia de control y moderación genera, según explica la investigadora, “la proliferación de imágenes generadas por IA que fundamentan noticias falsas (deep fakes), la fácil viralización del contenido, independientemente de su veracidad, y las narrativas manipuladas”. “Han convertido la desinformación en una de las amenazas más graves para los sistemas democráticos”, advierte.

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Ante esta situación, y en contradicción con el liberalismo sin límites en la red defendido por Trump y plataformas tecnológicas masivas, la mayoría de los usuarios de herramientas digitales piden restricciones al contenido dañino internet, como las amenazas físicas, la difamación, la intolerancia y el odio, según una encuesta a gran escala realizada por la Universidad Técnica de Múnich (TUM) y la Universidad de Oxford en 10 países de Europa, América, África y Australia, donde se ha prohibido el acceso a redes sociales a los menores de 16 años.

De media, el 79% de los encuestados cree que las incitaciones a la violencia en internet deben eliminarse. Los más favorables (86%) son alemanes, brasileños y eslovacos mientras que, en EE UU, el apoyo a estas restricciones baja al 63%.

Solo el 14% de todos los encuestados cree que las amenazas deben mostrarse para que los usuarios puedan responder a ellas y el 17% defiende que debe permitirse el contenido ofensivo para criticar a ciertos grupos de personas o para que una opinión capte la atención (20%). El país con el mayor nivel de respaldo a esta actitud es Estados Unidos (29%) y el apoyo más bajo se registra en Brasil (9%).

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A la pregunta de si prefieren redes con libertad de expresión ilimitada o libres de odio o desinformación, en todos los países, la mayoría optó por plataformas seguras frente a la violencia digital y la información engañosa.

El 79% de los encuestados cree que las incitaciones a la violencia en internet deben eliminarse. Los más favorables (86%) son alemanes, brasileños y eslovacos mientras que, en EE UU, el apoyo a estas restricciones baja al 63%

Encuesta de la Universidad Técnica de Múnich (TUM) y la Universidad de Oxford en 10 países

“La mayoría de las personas quieren plataformas que reduzcan el discurso de odio y el abuso. También en Estados Unidos, un país con un compromiso histórico con la libertad de expresión en el sentido más amplio”, comenta Yannis Theocharis, principal autor del estudio y profesor de Gobernanza Digital en la Escuela de Política y Políticas Públicas de Múnich.

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No obstante, según matiza Spyros Kosmidis, coautor del trabajo y profesor de Política en la Universidad de Oxford, “Los resultados también muestran que no hay un consenso universal en relación con la libertad de expresión y la moderación. Las creencias de las personas dependen en gran medida de las normas culturales, las experiencias políticas y las tradiciones jurídicas de los distintos países. Esto hace que la regulación global sea más difícil”.

Tampoco está claro quién debe mantener la seguridad en internet frente a contenidos dañinos y los porcentajes se reparten de forma similar entre quienes atribuyen esta responsabilidad a las plataformas, a los gobiernos o a los propios usuarios.

En cualquier caso, sea quien sea el responsable, la mayoría de los usuarios (59%) considera que los contenidos ofensivos, de intolerancia u odio son inevitables y cuentan con reacciones de esta naturaleza (65% de media y 73% en Estados Unidos) cada vez que publican algo.

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“Notamos una resignación generalizada. La gente tiene la impresión de que, a pesar de todas las promesas de lidiar con el contenido ofensivo, nada está mejorando. Este efecto de aclimatación es un gran problema porque está socavando gradualmente las normas sociales y normalizando el odio y la violencia”, advierte Yannis Theocharis.

Ivado, un grupo de investigación canadiense, e Iniciativa AI y Sociedad de la Universidad de Ottawa, proponen cuatro medidas para evitar la erosión del sistema de convivencia democrático: un marco regulatorio claro que incluya normas para la IA durante las elecciones, códigos de conductas en este campo para los partidos, equipos de seguimiento con planes de respuesta a amenazas y la creación de un consorcio internacional para actuar en caso de interferencia.

“Con nuestras democracias amenazadas, la interferencia impulsada por la IA requiere acciones rápidas y concretas por parte de los líderes, tanto a nivel nacional como internacional. Sin un esfuerzo global concertado para alinear las leyes, crear capacidad y desarrollar procesos para mitigar los riesgos de la IA, las democracias de todo el mundo siguen siendo vulnerables”, advierte el profesor Florian Martin-Bariteau, director de la Iniciativa IA y Sociedad de la Universidad de Ottawa.

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Europa comenzó a andar ese camino normativo con la AI act, pero Danesi lamenta: “Ante la coyuntura internacional, la UE ha puesto el freno de mano por esta idea de que, si sobrerregulamos, frenamos la innovación”. “Pero no se trata de dejar de regular, sino de cómo lo hacemos, de qué valores tenemos y queremos potenciar”, insiste.

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El misterio de las nubes y su influencia en el clima de la Tierra: lo que nos cuentan 30 años de imágenes

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Las nubes son uno de los misterios del clima de la Tierra, una naturaleza etérea que contiene cientos y hasta miles de toneladas de agua en forma de gotitas suspendidas, flotando en la atmósfera como podrían flotar en un sueño. Desempeñan un papel doble: por una parte, reflejan la energía del Sol de vuelta al espacio glacial, lo que enfría la atmósfera (las nubes bajas), pero también atrapan la energía del suelo, (las altas), lo que la calienta. A nivel local, que gane un efecto u otro depende de su naturaleza volátil: el tamaño, ubicación, la cantidad de agua que contengan…, es fácil que una tormenta, por ejemplo, oculte un millón de toneladas de agua enfurecida.

De momento, y considerando todas las nubes del planeta, la evidencia científica dice que gana el enfriamiento y la superficie de la Tierra es más fría con nubes de lo que sería sin ellas, pero su efecto sobre el clima es complejísimo e introduce mucha incertidumbre en los modelos climáticos y de predicción. Además, igual que las nubes afectan al clima, los cambios en el clima afectan a las nubes, y no se tiene nada claro cómo evolucionará esta relación en una Tierra cada vez más caliente.

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En un estudio reciente, publicado en la revista Climate Dynamics, investigadores del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA y de la Universidad de Estocolmo han analizado más de 30 años de imágenes de nubes tomadas por satélites meteorológicos de la NASA (Terra, Aqua, CALIPSO, entre otros). En él, afirman haber detectado un estrechamiento de una de las franjas nubosas más consistentes de la Tierra: una capa blanca que rodea el Ecuador como un abrazo. Según los climatólogos, esta desaparición —que cifran en un 1,5% por década—, estaría permitiendo la entrada de más luz solar, al reflejar menos, lo que calentaría más la atmósfera, potenciando la espiral del calentamiento global. También detectaron otros cambios en los patrones de nubes, como desplazamiento desde latitudes medias hacia los polos.

La desaparición de las nubes podría tener más consecuencias, además de hacer del cielo una tristeza para los pintores y los poetas. Los instrumentos de las agencias espaciales llevan décadas detectando otro misterio: el desequilibrio entre la energía solar que recibe la Tierra y la que emite. Porque el balance parece claro: entra más de la que sale.

Buena parte se atribuye a la mano humana, las emisiones de gases de efecto invernadero y la pérdida de enormes masas de hielo reflectante, como en el Ártico, que hacen esté llegando más energía a la superficie terrestre, pero el resto no está claro. Los investigadores se plantean si la desaparición de las nubes es el factor que falta para explicarlo, lo que coincidiría con otros estudios, como este publicado en Surveys in Geophysics hace unos meses por climatólogos del Centro de Investigación Langley de la NASA.

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Nubes y aerosoles

En los cielos hay más que gotas de agua. Los aerosoles son partículas que flotan en la atmósfera: polvo que mueven los vientos desde los desiertos, cenizas resplandecientes de fuegos como los están devorando California, emisión de volcanes, polenes, emisión de transporte y agricultura…

“Los aerosoles permiten la formación de nubes, pero también reflejan y atrapan la energía, de forma que ambos se afectan mutuamente”, explica Carmen Córdoba Jabonero, investigadora del área Investigación e Instrumentación Atmosférica del INTA. Para estudiar la turbulenta complejidad del trío nubes-aerosoles-radiación para influir en el clima, la Agencia Europea del Espacio (ESA) y la japonesa JACSA, lanzaron en mayo el satélite EarthCARE, que en estos momentos orbita a 400 km sobre la superficie terrestre.

EarthCARE viene de las siglas en inglés de Earth Cloud Aerosol and Radiation Explorer (Explorador de Nubes, Aerosoles y Radiación Terrestres). Cuenta con cuatro instrumentos a bordo: un lidar atmosférico, que mide la posición en altura de las nubes y los aerosoles; un radar de perfil de nubes para verlas por dentro; cámaras para tomar imágenes multiespectrales, muy detalladas y en diferentes longitudes de onda de luz, y un radiómetro de banda ancha, que mide la radiación solar del espacio y la radiación infrarroja procedente de la Tierra. Córdoba Jabonero es una de las responsables de la fase de validación y calibración en tierra de estos instrumentos en la que se encuentra actualmente la misión.

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La científica dirige también el proyecto CLAVEL que acaba de ser aproado por la Agencia Estatal de Investigación. CLAVEL se basa en la medida de nubes y su interacción con dos tipos de aerosoles: polvo desértico y aerosol marino. Participan investigadores de la Universidad de Évora, en Portugal, que están en contacto con las islas Azores, y también científicos de la Isla de la Reunión. “El Arenosillo, en Huelva, que es la estación del INTA para investigaciones atmosféricas, y Évora son zonas influenciadas por el transporte de polvo saharianao, mientras que las Azores y la isla de la Reunión son entornos marítimos. CLAVEL se basa en el estudio de estos dos entornos en diferentes localizaciones”, explica la investigadora, que añade que, “todos estos estudios, tanto de aerosoles como en nubes, lo hemos aplicado a otros proyectos planetarios, por ejemplo, instrumentación que hay en Marte también dedicada al polvo, o a nubes de hielo. Nuestros resultados terrestres son extrapolables a otros entornos. Siempre estamos faltos de financiación, pero hacemos lo que más o menos podemos con los recursos dados”.

Nubes y drones

José Luis Sánchez, investigador de Física Atmosférica en la Universidad de León, ha participado desde 1997 en varias campañas de vuelos en tormentas y analizado más de 180.000 piedras de granizo. Cuenta que se interesó por las nubes cuando, de niño, vivía en Segovia. “Me fascinaba cómo podían ser que, en verano, con el calor que hacía algunos días, del cielo acabará cayendo hielo. Y, además, pudiera dar un ruido tan tremendo que son los truenos”.

Sánchez está a la espera de que encuentre financiación un proyecto con el INTA para probar un sistema antihielo en drones al que aportaría modelos climáticos de observación y predicción. “Hay un tipo de gotas en las nubes que están en fase líquida, aunque estén a temperaturas muy bajas. Cuando esas gotas impactan contra un avión o un dron, pueden congelar y producir una carga de hielo enorme: pueden formar un centímetro de hielo en un minuto. Esto es muy peligroso porque son nubes invernales, nubes muy habituales que se dan cuando entran los frentes fríos de invierno”, explica. Estas gotas aparecen en una especie de bolsas muy pequeñas y efímeras, de pocos kilómetros de diámetro, que aparecen y desaparecen rápido. “Si no tienes una predicción razonable”, explica Sánchez, “te pueden dar algún problema”.

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La carga de hielo es uno de los riesgos meteorológicos más importantes en aviación. Los aviones comerciales cuentan con sistemas calefactores, pero no los drones que tienen el problema de la poca autonomía energética. “Si metes un sistema calefactor, el tiempo de vuelo se reduce una barbaridad. Además, los drones nacieron como idea militar, por tanto, en escenarios de guerra, pues otra cosa más que cae del cielo. Pero cuando estamos pensando en usos civiles, eso no puede ser”, añade.

También trabajan en otro proyecto para detectar mediante satélite zonas de formación de granizo. “Este muy variable: puede caer en una zona de la ciudad, en otra no, es decir, tiene una diversidad geográfica muy alta y una incidencia muy variable”. Con los registros de datos de sus sensores de granizo, algunos de ellos desde hace más de 25 años, como en Lérida, han visto que cuando existe calentamiento global, como el actual, hay más energía para que las tormentas sean más grandes, pero eso necesariamente cae más granizo.

“Como la altura a la que está la temperatura de cero grados, por el calentamiento, cada vez está más alta —no sé si la gente es consciente que un grado es un montón de metros más arriba—, esto hace, por una parte, hace que la tormenta sea más grande, pero, por otra, el granizo puede descongelarse. ¿Cómo acaba esta pela? En las zonas de montaña, no tiene tiempo para descongelarse y hemos visto que el número de impactos de granizo está aumentando. En las zonas cercanas a baja cota, a 100 o 200 metros de altura, sí le ha dado tiempo a descongelar. Aquí vemos claramente que cada vez hay menos días de granizo, pero más de granizo grande: el que no solía aparecer casi nunca, ahora aparece ya de vez en cuando, y grande te hablo a partir de centímetro y medio, dos centímetros de diámetro, que ya empieza a hacer bastante daño”, concluye. Sánchez y su equipo han encontrado granizos de hasta 10 centímetros de diámetro. En Europa Central también han detectado un aumento en la formación de tormentas de granizo.

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Masahiro Sakurai reflexiona sobre cómo los videojuegos mejoran la vida de las personas: «Es una profesión extremadamente gratificante»

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¡Ya tenemos nuevas declaraciones del creativo! Traemos novedades para los seguidores de Super Smash Bros. Ultimate y su director Masahiro Sakurai. Parece que la información se centra en su más reciente lanzamiento. Resulta curioso sobre todo de cara a ver un posible Smash Bros. en Nintendo Switch 2.

Sakurai, tras detallar el cierre de su canal, ya conocimos su último vídeo, pero también anunció un “final” único de su serie de YouTube. Ahora, tras su publicación, tenemos más palabras suyas. El creativo recientemente recibió el Premio a la Trayectoria de la Asociación de Medios en los Premios Digitales. Durante su discurso de aceptación, reflexionó sobre el impacto del entretenimiento digital en la vida de las personas y su motivación para compartir gratuitamente su conocimiento como director de juegos.

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Reconoce que su trabajo no puede compararse con profesiones como la medicina, pero cree que los medios digitales tienen el potencial de mejorar la vida de las personas, convirtiéndolos en una profesión gratificante. Os dejamos con sus palabras:

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“Hice algo extremadamente irracional en mi canal: compartí gratuitamente todos mis conocimientos como director de juegos con todo el mundo”, dice Sakurai. “¿Por qué lo hice? Siento que estoy perdiendo ante muchas profesiones. Aunque hago mis propias contribuciones, ni siquiera puedo aspirar a competir con lo que hacen los médicos, por ejemplo. Al final, sin paz y salud, la gente no puede disfrutar del entretenimiento digital; soy consciente de ello. Pero los medios digitales que creamos tienen el potencial de mejorar la vida de las personas, lo que los convierte en una profesión extremadamente gratificante”.

¿Qué os parece, fans de Masahiro Sakurai y Smash Bros.? Os leemos en los comentarios. Y ya sabéis que en la web podéis repasar los mejores juegos de lucha en Nintendo Switch.

Fuente.

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Masahiro Sakurai

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Mundos íntimos. De chico fui obsesivo: si me gustaba un juego o una peli vivía para eso. Ahora, igual… pero le descubrí el lado creativo.

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Primero fue la piñata. Imposible saber de dónde vino. Lo que sí sé es que un día, a mis cuatro años, empecé a hablar de piñatas. Solamente de piñatas. Piñatas, piñatas y más piñatas. A hablar… y a preguntar. Por aquellos tiempos, la vida en mi casa sonaba a algo como esto: ¿Y qué pueden tener adentro las piñatas? ¿Autitos pueden tener? ¿Y muñequitos? ¿Y cómo se pinchan las piñatas? ¿Y qué cae primero cuando explota la piñata? ¿Y chicles puede tener la piñata? ¿Y el papel picado para qué está? Y así, día tras día, en un bucle sin fin.

En un momento ya no me alcanzó con hablar y preguntar sobre piñatas, así que empecé a dibujarlas. Hojas y hojas de piñatas garabateadas con lápices de colores. Algunas redondas, otras ovaladas; algunas lisas, otras rayadas; siempre coronadas con el nudito y el hilo. Mis amigos del barrio ya sabían que en mi casa se pinchaba una piñata una o dos veces por semana. Y cuando no había piñata de verdad, yo los arrastraba a “jugar a la piñata” con bolsas de supermercado que llenábamos con cualquier porquería.

Hartos, y tal vez un poco preocupados, mis padres decidieron una medida extrema: la proscripción total de las piñatas. No más piñatas. Ni reales, ni de mentirita ni dibujadas. Ni siquiera me dejaban pronunciar la palabra. Pensaron que así me olvidaría del tema, pero estaban equivocados. El proceso de “despiñatización” fue turbulento e infructuoso. Nadie sabía que lo único que podía curarme de esa obsesión era… otra obsesión.

Sebastián Caulier “abducido” por las piñatas. En la foto, recogiendo el papel picado que cae de una de ellas, en su casa.Sebastián Caulier “abducido” por las piñatas. En la foto, recogiendo el papel picado que cae de una de ellas, en su casa.

Así llegó “Querida, encogí a los niños”. Esta sí sé de dónde vino. Recuerdo a mi papá contándome entusiasmado la trama de la película que íbamos a ir a ver al cine esa tarde, sin tener idea de lo que se venía. En la película, un inventor diseña una máquina que reduce el tamaño de las cosas y, por accidente, termina encogiendo a sus propios hijos. Los chicos, ahora del tamaño de un alfiler, viven todo tipo de aventuras en el jardín trasero de la casa —para ellos, una selva—, en donde se enfrentan a escorpiones, abejas y cortadoras de césped, todo en tamaño gigante.

Recuerdo estar sentado en la butaca y sentir que la película me poseía, que se adueñaba de cada neurona de mi cabeza hasta fundirse con mi sistema nervioso. Cuando salimos del cine, yo solo podía pensar en cómo se verían las cosas si me hiciese chiquitito. Así que empecé a preguntar. Y no paré más: ¿Cómo sería de grande este fósforo para los chicos de “Querida, encogí a los niños”? ¿Y este sacapuntas? ¿Y esta miga de pan? ¿Y este botón? ¿Y este poroto? ¿Y esta aceituna?

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Un día a Sebastián Caulier le compraron el libro de Peter Pan (él aquí, leyendo) y todo en su vida se vinculó a la trama de aquel cuentoUn día a Sebastián Caulier le compraron el libro de Peter Pan (él aquí, leyendo) y todo en su vida se vinculó a la trama de aquel cuento

Al principio, mis padres se mostraron esperanzados con mi nuevo tema de interés: por fin yo hablaba de algo que no fueran las piñatas. Tal vez me estaba curando. Pero poco a poco se fueron dando cuenta. Cuando comprendieron lo que estaba pasando, ya era tarde. La piñata no se había ido: había metamorfoseado.

Igual que con la piñata, muy pronto ya no me alcanzó con las palabras, así que empecé a dibujar. Hojas y hojas plagadas de garabatos que recreaban escenas de “Querida, encogí a los niños”. Lo que más me obsesionaba era la cuestión de la relatividad de los tamaños: cómo uno, si se volvía chiquitito, podía ver como gigante algo que en nuestro tamaño habitual vemos como diminuto. Ese descubrimiento me hacía hervir la cabeza. Ni bien la película salió en video, la alquilé ciento ochenta veces y la vi hasta gastar la cinta.

Mis amigos del barrio fueron pronto rehenes de la nueva obsesión. Logré convencerlos de que, si lo deseábamos con fuerza, podíamos hacernos chiquititos. ¿Cómo se deseaba con fuerza? Simple: acostándose en el piso boca arriba, cerrando los ojos y pidiendo mentalmente “quiero hacerme chiquitito, quiero hacerme chiquitito, quiero hacerme chiquitito”.

Así un rato largo. Cuando abriéramos los ojos, seríamos chiquititos y podríamos vivir mil aventuras. Podríamos montar mariposas y trepar flores. Podríamos nadar en un vaso de coca y dormir en el hueco de un chocolatín Jack. Mis amigos se entusiasmaron y me siguieron, y fue así que pasamos muchas siestas de verano acostados boca arriba en el patio de mi abuela, con los ojos cerrados, deseando con fuerza hacernos chiquititos. Hasta teníamos accesorios diminutos preparados para usar con nuestro nuevo tamaño: un autito, un barquito, una casita… Pero la técnica del achicamiento no funcionó. Siesta tras siesta, abríamos los ojos, mirábamos a nuestro alrededor y veíamos todo del mismo aburrido tamaño de siempre.

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Un día, en un intento desesperado por que yo me interesara por otra cosa además de “Querida, encogí a los niños”, mis padres me compraron un libro ilustrado de Peter Pan. Pobres. Porque pasó que con Peter Pan vino la tabla de los piratas. No los piratas, en general, sino la tabla de madera por la que el capitán Garfio hacía caminar a Wendy. Esa imagen, y solo esa imagen, borró de un plumazo y para siempre la fantasía de hacerme chiquitito. A partir de ese momento, todo se trató de caminar por la tabla.

Como siempre, primero fue hablar. Después, preguntar. Después, dibujar. Tablas aquí, tablas allá, tablas por todas partes. Como no me salían muy bien, empecé a perseguir a mi mamá para que me dibujara tablas. A ellas sí le salían bien. Pero mi obsesión se afinaba y se especializaba: ya no era solo la tabla, sino la curvatura que la torcía levemente al ceder bajo el peso del condenado. Y esa curvatura era difícil de reproducir con exactitud en los dibujos. Más curva, mamá. Menos curva, mamá. Más así. Más asá. Un poquito más. No tanto. Etcétera.

Después vinieron los juegos, y acá la cosa se puso peligrosa porque hacer caminar a mis muñecos por una regla no era suficiente: tenía que ser una tabla de verdad, con personas de verdad. Esta vez pude convencer solo a uno de mis amigos de sumarse al experimento: a Fufi, que hasta el día de hoy me sigue en todas. Conseguimos un cartel rectangular de madera, lo ajustamos así nomás a un muro y jugamos a caminarle encima y saltar… con las manos atadas y los ojos vendados. Zafamos de milagro de rompernos la cabeza. Cuando mi abuela nos descubrió casi se infarta.

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Después de la tabla vino Hamlet. Fue tras haber visto, medio a escondidas, la película de Franco Zeffirelli protagonizada por Mel Gibson. La escena que más me impactó fue la del envenenamiento de Gertrudis: la reina bebe por error de una copa envenenada, originalmente destinada a su hijo Hamlet, y muere presa de horribles convulsiones. Lo sabido: mil preguntas, pilas de dibujos, infinidad de juegos. Insistí hasta que me compraron la obra de Shakeaspeare en versión original, y la leí y releí hasta sabérmela de memoria.

Incluso arrastré al siempre fiel Fufi a poner en escena una representación de Hamlet con títeres fabricados por nosotros mismos con medias viejas. Pero la clave era la copa. Necesitaba esa copa, dorada, enorme, pomposa… y envenenada. Así que para el Día del Niño pedí un cáliz. Era lo más parecido a la copa de Hamlet que se podía encontrar. Recorrimos tiendas de antigüedades hasta dar con el cáliz perfecto. Ese lunes, en la escuela, cuando conté que por el Día del Niño me habían regalado un cáliz, todos me miraron raro. Pero yo estaba feliz. Con ese cáliz pasé tardes enteras jugando a morir envenenado. Me volví tan experto en actuar las convulsiones que un día la señora que me cuidaba llamó desesperada al trabajo de mi mamá, creyendo que yo estaba muriéndome de verdad. Para ese entonces, mis padres ya sabían que no había prohibición que valiera y que lo único que haría que Hamlet y su copa envenenada se evaporaran sería la siguiente obsesión. Y así vinieron los tiburones, los planetas, la telequinesis, la guillotina y un sinfín de fijaciones más.

Alguien dijo por esos días que mi mente era como un pulpo, porque cuando se prendía a algo no lo soltaba más. Algún otro, más técnico, dijo que yo tenía un trastorno obsesivo-compulsivo. “Mente pulpo” me gusta más. Me suena a superpoder.

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A medida que fui creciendo, mi mente pulpo cambió. Poco a poco, sus presas dejaron de ser temas aleatorios de la vida y pasaron a ser miedos, inseguridades y paranoias. Durante mi adolescencia, la guacha mostró su lado oscuro. Porque una cosa es no poder parar de pensar en una piñata y otra cosa es dudar compulsivamente de todo: de tu sexualidad, de tus sentimientos y de hasta de tu propia cordura. De todo. Sin respiro.

Me hice adulto. Transitar una separación, con esta cabeza, te la regalo —acá el famoso “soltar” no aplica ni por casualidad—. Fobias, a la orden del día. Manías, todas. Capacidad de atención: cero. Y guarda con sentir un poquito de angustia, porque ni bien la detecta la mente pulpo se le prende y aprieta, aprieta, aprieta y… mejor lo dejamos acá.

Al diván llegué tarde, pero sirvió. No para curarme de la mente pulpo, pero sí para entender su funcionamiento. Su lógica. Su modus operandi. Para poder darme cuenta cuando sus tentáculos están apretando de más sobre algún tema o preocupación y decirle: hoy no, chiquita. Tal vez mañana. Sin pelearme con ella, solo haciéndola a un lado con amabilidad. A veces funciona.

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Ayudó también nadar, la meditación y, por supuesto, el paso de los años. Hoy me animo a decir que mi mente pulpo está domesticada. Ya no dibujo ni juego ni atormento a la gente con preguntas: ahora escribo y hago películas, que es una manera más socialmente aceptable de canalizar las obsesiones. Y aunque, domesticada y todo, mi mente pulpo me siga trayendo problemas —uf, lo que me cuesta a veces dejar de rumiar y estar presente—, también sé que a ella le debo, en parte, el espesor de mi imaginario. Porque fue en esos universos paralelos y en esos brumosos laberintos cerebrales donde conocí, para bien y para mal, ese “otro lado” de la realidad de donde viene todo sobre lo que escribo.

El camino a veces se puso espinoso, sí. Pero quién me quita lo soñado.

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