Cuando se hable de los campeones del año se repasarán las campañas de Estudiantes en la Copa LPF, Vélez o Central Córdoba en la Copa Argentina y Vélez, Talleres o Huracán en la Liga. No se buscarán las campañas de River ni de Boca.

Solo la Supercopa Argentina, una final que River le ganó a Estudiantes a un solo partido, es la suma que entre los dos gigantes superclásicos han llevado a su palmarés. Las excursiones internacionales, siempre prioritarias, no dejaron buen gusto tampoco.

Boca, en su esfuerzo por llegar a la final de la Libertadores 23, ni siquiera consiguió el pase para la 24; se tuvo que conformar con jugar la Sudamericana y se volvió a casa en el primer mata-mata.

River, que sí jugó el máximo torneo continental, se encontró con un camino bastante amable, que lo hizo ilusionarse con un final feliz definiendo todos los cruces en el Monumental, pero se pegó un bruto porrazo en el primer cruce que tuvo con un brasileño. Se fue en semifinal.

Un año de tal irregularidad, en el que ambos arrancaron con la apuesta por un entrenador y la terminaron haciendo estallar para traer otro, y en el que apenas aisladamente alcanzaron a justificar en el juego méritos como para haber obtenido mejores resultados que los que muestran, está a punto de terminar y con una consecuencia: el último objetivo que les queda depende del acumulado en una tabla anual que responde a un año en el que defeccionaron.

Por eso, mientras se estira el suspenso por la definición del campeón, aunque parezca mentira uno de los morbos mayores que tiene este final de año es ver si River y Boca conseguirán estar entre los siete equipos argentinos que jugarán la próxima Copa Libertadores.

Porque están cerca, sí, pero todavía ni uno ni otro sellaron esa clasificación ni saben si tendrán que pasar por el filtro de una respesca para llegar a la fase de grupos.