SOCIEDAD
Un ciclista protagonizó un accidente en el Tour Down Under de Australia y sufrió impactantes heridas en el cuerpo
IMÁGENES SENSIBLES. Totalmente lastimado, Luke Plapp logró terminar la tercera etapa por sus propios medios
El ciclismo nuevamente mostró su cara más dura durante el Tour Down Under, evento que se ha convertido en una de las primeras competiciones destacadas en el calendario internacional del deporte. El australiano Luke Plapp sufrió un espeluznante accidente que dejó multiples heridas en su cuerpo, producto del roce de su piel con el asfalto de la pista.
El incidente ocurrió a tan solo 10 kilómetros del final de la tercera etapa cuando los corredores descendían a alta velocidad hacia la localidad de Campbelltown. Plapp, de 23 años, cayó drásticamente junto a otros ciclistas, pero fue su estado el que acaparó toda la atención. El video que comenzó a circular a través de las redes sociales mostró a Plapp en el suelo con Dmitriy Gruzdev, Cameron Scott y Michele Gazzoli también implicados en el incidente. Las impactantes tomas resaltaron las múltiples heridas sangrientas del ciclista australiano, quien quedó debajo del resto de sus colegas en la colisión.
Las imágenes que siguieron mostraban a Plapp, con la camiseta destrozada y su piel visiblemente lesionada, luchando valientemente para terminar la etapa. Atravesó la línea de meta casi 10 minutos después del victorioso Sam Welsford, revelando una serie de laceraciones que se extendían desde su hombro hasta la cadera.
El contacto prolongado con el asfalto dejó a Plapp con abrasiones severas; su espalda, brazos, glúteos y partes de la pierna izquierda sufrieron el masivo daño. Su equipo, Jayco-Alula, expresó a través de un comunicado: “No es el día ideal con una caída muy desafortunada para el campeón australiano Plapp en los últimos 10 km. Logró terminar la etapa pero con mucha piel perdida. Los ciclistas son DUROS.”
Los comentarios en la cuenta de Instagram del equipo, que publicó una imagen de cómo quedó su ciclista, no tardaron en llegar: “Eso dolerá mañana”, “Pegado a las sábanas” y “Pensar que yo me quejo de mis quemaduras solares”, fueron algunos de los mensajes que escribieron los fanáticos, además de desearle una pronta recuperación.
Las lesiones de Plapp, a pesar de ser graves, no requirieron su traslado al hospital. No obstante, el equipo manifestó que seguirían su condición de cerca, anticipándose a la cuarta etapa de la competencia. “Plapp ha sido atendido por el equipo médico in situ en la línea de meta. Muchas heridas superficiales, codo y tobillo hinchados. No viajará al hospital. Lo vigilaremos durante la noche y mañana haremos una evaluación antes de la etapa”, comunicaron desde Jayco-Alula.
La cuarta etapa del Tour Down Under se desarrollará entre Murray Bridge y Port Elliot, contando con un recorrido que parece ser favorable para las llegadas masivas en sprint. Los ojos estarán puestos no solo en los potenciales ganadores de la jornada, sino también en la recuperación de Plapp.
La trayectoria de Luke Plapp no es menos que notable, con los títulos nacionales australianos en su palmarés tanto en contrarreloj como en carreras en ruta, además de haber conseguido una medalla de bronce en la persecución por equipos en los Juegos Olímpicos de Tokio. Sus recientes performance, y su historial (triple campeón nacional) ponían su nombre en una lista corta de favoritos para el Tour Down Under, lo cual añadió un matiz de decepción tras este infortunado suceso.
Tras acabar la tercera etapa, se espera un comunicado acerca de su recuperación física y la posibilidad de que pueda seguir compitiendo en lo que resta de la carrera.
SOCIEDAD
La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida
Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.
Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.
Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.
Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.
«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»
En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”
Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.
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