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SOCIEDAD

El macabro sueño que Luis Alfredo Garavito nunca cumplió: no ha sido el único asesino en serie de Colombia

‘La Bestia de Génova’ falleció el 12 de octubre en un hospital de Valledupar

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Luis Alfredo Garavito y otros asesinos en serie de Colombia
La justicia de Colombia le atribuyó a Luis Alfredo Garavito, asesino en serie colombiano, la muerte de 172 menores de edad. El abusador de menores murió en un hospital de Valledupar luego de batallar contra una leucemia que le fue diagnosticada años atrás y por la que se deterioró su salud notablemente – crédito Infobae Colombia.

En la tarde del jueves 12 de octubre de 2023 se confirmó la muerte de Luis Alfredo Garavito, también conocido como La bestia o el Monstruo de Génova, que entre 1992 y 1997 torturó, abuso sexualmente y asesinó a más de 172 menores de edad en Colombia, Ecuador y Venezuela.

Oficialmente, Garavito confesó haber provocado la muerte de 140 niños, sin embargo, tiempo después aseguró que el número podría ser superior, pero que no tenía un registro o alguna forma de recordar todos los casos, ya que solo en algunos de ellos escribía en una libreta la edad de su más reciente víctima.

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El primer delito de La bestia se registró cuando tenía 15 años. En esa ocasión intentó abusar de un niño menor que él. Pero el primer asesinato que cometió fue en 1992 y que luego de ello comenzó a matar casi que por costumbre hasta que fue capturado. Fue en prisión en donde reveló que tenía un sueño que nunca pudo cumplir.

Durante su tiempo tras las rejas fue entrevistado por Mauricio Aranguren, autor del libro El fracaso de la Fiscalía: 192 niños asesinados. Garavito afirmó que antes de ser arrestado ya se estaba cansando de matar a menores, ya que eran muy fáciles de convencer.

Revelan impactantes imágenes de Luis Alfredo Garavito y su cáncer en el ojo. Captura Testigo Directo.
Luis Alfredo Garavito murió el 12 de octubre de 2023 en un hospital de Villavicencio – crédito Testigo Directo.

“Me estaba preparando para hacerlo con adultos… Yo quería secuestrar a un montón de personas para matarlas ante los periodistas, así me mataran a mí después”, afirmó La bestia acerca del final que esperaba para su vida.

En un imaginario egocéntrico, con este último acto, Garavito esperaba aumentar el reconocimiento que tenía al ser el mayor infanticida de Colombia y uno de los más sonados en el mundo, ya que no ha sido el único asesino en serie nacido en Colombia.

Tomás Maldonado Cera

Tomás Maldonado Cera, también conocido como "El satánico", fue condenado a 46 años de prisión por el crimen de Brenda Pájaro en 2018 - crédito Policía Nacional.
Tomás Maldonado Cera, también conocido como «El satánico», fue condenado a 46 años de prisión por el crimen de Brenda Pájaro en 2018 – crédito Policía Nacional.

Tomás Maldonado Cera también es conocido como El satánico. Se estima que asesinó a más de siete personas, a quienes les marcó los cuerpos para realizar ritos satánicos con los cadáveres.

Algunos de los cuerpos tenían simbología satánica, como signos de Voor, estrellas, hexagramas y otras figuras.

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El satánico fue capturado en 2019, y de los crímenes que cometió solo se encontraron pruebas para ser condenado por uno de ellos: la muerte de Brenda Pájaro en 2018. En agosto de 2023 fue sentenciado a 46 años de prisión.

Buenaventura Nepomuceno Matallana

Buenaventura Nepomuceno Matallana, también conocido como "El doctor mata", gozaba de un prestigio entre la sociedad bogotana que se mantuvo pese a su condena - crédito Archivo General de la Nación
Buenaventura Nepomuceno Matallana, también conocido como «El doctor mata», gozaba de un prestigio entre la sociedad bogotana que se mantuvo pese a su condena – crédito Archivo General de la Nación (Doctor mata/)

Buenaventura Nepomuceno Matallana también es conocido como el Doctor mata, sobrenombre que recibió debido a que durante muchos años fue conocido como un prestigioso abogado, pero en realidad no era profesional.

Matallana se aprovechaba de su reconocimiento para buscar a personas de dinero con procesos judiciales, a los que engañaba para que le cedieran sus propiedades y luego asesinarlas. Al Doctor mata se le señaló de asesinar a al menos 30 personas bajo este método.

Fue capturado en 1949 y condenado a 24 años de prisión, pero murió en 1960. De este personaje se desarrolló una novela protagonizada por Enrique Carriazo.

Rory Enrique Conde

Rory Enrique Conde
Rory Enrique Conde, conocido como el «Estrangulador de la calle 8», sigue en una prisión estatal de Florida, en Estados Unidos, a la espera de su ejecución – crédito Getty

Rory Enrique Conde nació el 4 de junio de 1965 en Barranquilla, pero a los 12 años su familia se mudó a Miami, Estados Unidos. Allí se casó con Carla Boden en 1987 y tuvo dos hijos.

En 1994, su esposa se cansó de los abusos de Conde, por lo que decidió mudarse a casa de sus padres. Luego de ello, Rory Enrique se convirtió en el Estrangulador de la calle 8.

Luego de la separación, Conde asesinó a seis prostitutas, a las que marcó de manera numerada tras estrangularlas. Fue capturado en 1995 tras abusar de Gloria Maestre, a quien pensó también había asesinado, pero la mujer sobrevivió y lo denunció ante la Policía.

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Por estos crímenes fue condenado a pena de muerte, pero actualmente sigue en una prisión de Florida esperando que sea el momento de su ejecución.

Pedro Alonso López

Pedro Alonso López, el Monstruo de los Andes. (Foto: AP).
Desde 1998 no se tiene conocimiento del paradero de Pedro Alonso López, apodado como «El monstruo de los Andes» – crédito AP

Pedro Alonso López es más recordado en Colombia por el sobrenombre que recibió, el del Monstruo de los Andes, uno de los mayores infanticidas del mundo.

En un caso similar al de Garavito, López no solo asesinó menores en Colombia, ya que también hay registro de crímenes cometidos en Perú y Ecuador. De manera extraoficial se asegura que fue responsable de la muerte de más de 300 niñas.

Fue capturado en 1980 en Ecuador, pagó 14 años de prisión y luego fue extraditado a Colombia, en donde fue dejado en libertad tras pasar cuatro años en un psiquiatra, porque un juez afirmó que estaba incapacitado mentalmente. Desde 1998 no se tiene información de su paradero.

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Adiós a «Bobby» Fernández Taboada, orfebre del periodismo

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Alto, corpulento, con ese andar firme de sus años jóvenes que le confería cierto sentido de autoridad, fue un trotamundos de las redacciones en la época de oro de los diarios y las revistas en papel, cuyos pisos y plantas supo recorrer de punta a punta con el estilo propio de las jefaturas que ejerció desde edad temprana.

Quizá los jóvenes colegas que lo hayan visto por primera vez, cincuenta años atrás, pudieron haberse sentido incomodados por esa silueta que de a poco cedió a las tentaciones de la buena vida, que tanto celebraba, en particular a la hora de poner a prueba su refinado paladar gourmet y su “nariz y boca” de sommelier vocacional. El paso de los años, circunstancia que nunca lo incomodó demasiado, no fue para él una mochila que lo mortificara, incluso solía ignorarla con mordacidad adolescente cuando se acercaba el tiempo del retiro, aquí en charlas dispersas en la redacción de Clarín.

Con la vida encima, aquel colectivo de compañeros que daba sus primeros pasos en las redacciones híper competitivas de aquellos tiempos, lo recuerdan hoy con cariño personal y reconocimiento profesional.

Roberto Fernández Taboada, Bobby en la jerga de los escribas de la “Galaxia Gutenberg”, fallecido a los 79 años en una clínica de Pilar, donde estaba internado, dio combate hasta donde pudo a un fulminante cáncer de páncreas.

Supo llevarse consigo la mayor gloria a la que cualquier persona aspira al llegar al final del camino: tomado de la mano de su ser amado, en este caso Natalia, su mujer, con quien se eligieron mutuamente hace tiempo, con la certeza de que ya nada ni nadie los separaría. Por eso aguardaron el final juntos y abrazados en una cama de cuidados paliativos.

Bobby se despidió en “estado de gracia”, podría decirse en esa hora amarga, quizá sabiendo que una generación, la suya y de tantos otros, empezó el ritual de la despedida con la frente alta: aún con los errores naturales que la prisa caliente de la profesión impone, esa estirpe que nació con olor a tinta, bobinas de papel y rugido de rotativas a su alrededor, puede atesorar la certeza de haber hecho todo cuanto pudo para honrar el buen periodismo. Y hasta de haber sido el envión primero de la transición a la era digital, proceso del cual Fernández Taboada participó activamente en sucesivos rediseños de Clarín que se solaparon con la llegada de las plataformas digitales.

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Hace tiempo había elegido vivir en la quietud de la sociedad uruguaya, pero con un pie en el glamour de Punta del Este. Casi una definición de su paso por la vida. No desentonaba en ningún escenario. Y si lo hacía, no le importaba. Era un polemista consumado, casi al borde de la provocación: le encantaban los debates, cuanto más encendidos mejor. Sabía pisar el freno a tiempo y ensayaba un gesto amistoso: con un chasquido de dedos, el mismo que ensayaba en sus patrullajes por las redacciones, ponía en marcha la mudanza de los enojos homéricos a la ternura de una broma piadosa que acompañaba con su propia risotada. Era difícil pelearse con él y era fácil amigarse al toque. Lo que se dice un cabrón querible.

«Bobby» Fernández Taboada murió a los 79 años.

Sus orígenes profesionales más notorios se remontan al El Cronista Comercial, a mediados de los 70, donde desarrolló la compleja función de Secretario de Cierre, una tarea sacrificada, con la riesgosa responsabilidad que suele acompañar el registro de la última palabra que un medio gráfico decidía entonces publicar, en el proceso selectivo del final de cada día.

De allí pasaría a la vieja Editorial Atlántida. Se destacó en dos vidrieras de época como Gente y Somos, en tiempos de la dictadura, cuando las palabras debían medirse con centímetro porque estaba en juego la vida, donde fue el segundo de Julio Scaramella, uno de sus amigos hasta el tiempo final. En aquella redacción se formaron profesionales hoy destacados, de gran trayectoria, que conocieron de cerca al Bobby: Silvia Fesquet, hoy en Clarín, Alfredo Leuco, Pablo Sirvén, Ana D’Onofrio, Enrique Vázquez y Alberto Catena (ya fallecidos), Ernesto Jakcson, también en Clarín, al igual que Graciela Bruno.

En El Cronista Comercial había compartido redacción con quienes luego serían sus jefes en Clarín, Roberto Guareschi y Ricardo Kirschbaum, actual editor general. En este diario, dicho por él mismo en esas improvisadas ruedas de café de toda redacción antigua, vivió su etapa de más alto rendimiento profesional. Hizo de todo. Desde escribir sus “Charlas de Verano”, divertidos reportajes a políticos de vacaciones en las playas; a editar secciones a su cargo como Información General, un vastísimo territorio noticioso que incluía Policiales, Sociedad y Ciudad y, en particular, a nutrir los procesos de modernización de las ediciones, acorde a los diarios de vanguardia en el universo europeo.

En Clarín, además de esa gestión en Información General, y sin dejar de aportar a las ediciones cotidianas, recaló luego en un área entonces incipiente, que elevaría los estándares del diario en circulación, innovación y calidad: colecciones de libros, videos, guías de turismo, DVDs. Les dio un valor agregado a las colecciones: que sean útiles para la educación sin desatender nuestra idiosincrasia y los valores latentes en el inconsciente colectivo de varias generaciones de argentinos. Así nacieron colecciones como “La Biblioteca de la Literatura Universal” en las que Clarín publicó autores como Borges, Sábato, García Márquez, Vargas Llosa, junto a incunables de José Hernández y William Shakespeare. Con su sello, hicieron época los coleccionables de informática, cocina, música clásica, diccionarios de inglés, guías de turismo de la Argentina, resonantes éxitos editoriales todos ellos.

Tocó todas las cuerdas: la redacción, la edición, los procesos de transformación editorial de un diario que lo tuvo y lo tendrá entre sus activos humanos más valiosos. No se exagera si se lo define como un orfebre en las sombras del periodismo, un clásico del anonimato de los periodistas de diarios, lejos de los focos de la televisión. Hincha de River, piropeador y galante, de tiempos en que no era un pecado serlo, sino un gesto de caballerosidad, como cuenta Ricardo Roa, editor general adjunto de Clarín, en nota aparte, se lo va a extrañar. Y mucho. Sus restos serán despedidos a las 13 de este jueves en el Crematorio privado de Boulogne, en San Isidro.

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