La oscuridad es total. La respiración del público sentado se escucha como agitada. El escenario vacío se va poblando. Se enciende una linterna que asemeja una bengala. Unas veinte personas que aparecen en escena hacen pogo y arengan. El público mudo, incómodo. Un nudo retuerce el estómago y por un instante se viaja 20 años en el tiempo… Estamos en Cromañón, en la noche del 30 de diciembre de 2004. La oscuridad ficticia muta a penumbra y luego a un atisbo de claridad. Se deja ver una bandera de Callejeros, suenan los primeros acordes de «Distinto» y el bullicio es atronador.
A pensar, a reaccionar, a relajar, a despotricar / A decir estupideces, a olvidarme de olvidar / A recordar lo que vendrá, a arriesgar una y mil veces. Se escucha lo que podría ser la voz de Pato Fontanet, pero la entona la masa de jóvenes entre alegría e histeria. Aquella linterna encendida, ahora pestañea diez, cien, mil veces… y el efecto teatral pone los nervios de punta. De aquel lado reinan el caos y la confusión, de éste, donde está el público, gobierna un silencio que retumba. Desde el escenario se advierten las siluetas que van cayendo como muñecos, entre llantos, gritos de desesperación y pedidos de auxilio. Se escuchan a lo lejos las sirenas que ganan en intensidad.
Por primera vez la Legislatura porteña fue sede de una obra teatral y su bautismo fue nada menos que con «Un minuto», una inspiración de la tragedia de Cromañón, que costó la vida de 194 personas y más de 3.000 heridos, a cargo de directora Flora Casale y 20 actores de Teatro Integral. A días de cumplirse el 20 aniversario de «la masacre», como denominan los familiares de las víctimas, la pieza fue elegida por Nilda Gómez, abogada y presidente de la ONG Familias por la Vida, quien gracias a su gestión produjo que la obra se viera en la Legislatura, en un salón donde no hubo legisladores.
«Se ve que estaban ocupadísimos craneando ideas y pensando en cómo pueden cambiar el mundo. ¿Qué podemos esperar de esta gente que nunca se hizo cargo? Parecen gerentes de sus propios kioscos, escondidos en sus despachos, intentando que no les salpique su propia inoperancia», dice Carolina Benítez, que perdió a su hermano Mariano en el boliche de Once.
En el mismo tono, pero con muestras de hastío, Andrea Belzunce remarca que «hace tiempo que en este lugar se legisla lejos del alma y del bien común… Se legisla según los intereses de los políticos. Si la masacre de Cromañón es sinónimo de corrupción, ¿qué político va a dar la cara por todo lo adeudado, cuando hay 194 muertos y se van a cumplir 20 años de desatención y violencia hacia las víctimas?», pregunta la mujer que después de horas buscando a su hermano Rubens, lo encontró al otro día «en una bolsa, en la morgue».
Hace dos años que «Un minuto» se exhibe en centros culturales y escuelas de Los Polvorines y San Miguel. «Para mí poder llegar a la ciudad de Buenos Aires y a la Legislatura es un salto enorme, porque con la obra buscamos crear conciencia y mantener viva la memoria», explica la hacedora Flora Casale. «Yo tengo alumnos que están por terminar el secundario y que no tenían la menor idea de lo que fue Cromañón, lo que me motivó con mi grupo de Teatro Integral para armar algo y poder contarles de qué se trató». Recuerda que en una de las funciones se hizo presente Nilda Gómez quien, impactada, motorizó la iniciativa de llevar el proyecto a la Legislatura.
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Volvemos a la ficción y el salón Presidente Perón de la Legislatura se convierte por un rato en Cromañón. «¡Celeste! ¡Nicolás! ¡Luchi!». Una madre desesperada hace el esfuerzo a toda costa por entrar al boliche, pero no se lo permiten. Otros padres claman por sus hijos. Desde más allá se escuchan gritos desesperados y la escena cobra veracidad. En la platea, mayormente copada por familiares y amigos de las víctimas, hay lágrimas y llanto. No lo ocultan, aunque un señor se levanta y sale. «No puedo escuchar ruido de sirenas, me trauma», alcanza a decir.
Aparecen flashbacks en «Un minuto» y se pone el foco en historias de cómo había sido la previa al recital. Como ese padre culposo que sorprendió a su hija comprándole una entrada. «Papi, quedate tranquilo, me voy a cuidar. Me hiciste feliz con este regalo». O como esa chica que le avisó a su novio que lo acompañaría después de conseguir un ticket. «Amor, sabés que a esta banda me gusta ir solo, porque me engancho con las letras». O esa otra joven que se escapó a pesar de que tenía el rotundo no de su madre. «No me gusta el tipo de gente que va y mucho menos ese lugar», la había advertido. «Te odio mamá», fue la réplica y lo último que hablaron.
«Un minuto» tocó las fibras más íntimas de los allí presentes -cronista incluido- y ni hablar de los familiares. «Es demoledora, refleja lo sucedido y por un instante me sentí en Cromañón. Hoy, a 20 años, siento que me estoy muriendo de a poquito… Tengo diabetes, ¿cuánto tiempo más puedo luchar? Cada vez tengo menos fuerzas«, reclama Aída Isabel Rodas, mamá del fallecido Abel Rodolfo González.
Exhala profundo Daniel Ranieri, hermano de Silvina, que perdió la vida en Cromañón «Fue dura la obra, más de lo que imaginaba. Me llegó hondo, me perturbó también y me hizo revivir aquella noche del infierno. En un momento cerré los ojos y esa ambientación oscura, con los gritos y las sirenas, fue sin duda como viajar en el tiempo». Se acerca Nilda Gómez, que ya había visto la obra y les pide perdón a familiares desprevenidos: «Es que la obra sacude, es la más real, pero confieso que no es para todo el mundo».
La recta final de la puesta imagina reencuentros de familiares con víctimas, produciendo otra vuelta de ese nudo que ahora contractura. «Me hubiera gustado poder decirle a mi vieja que no la odiaba para nada». «A mí me hubiera gustado convertirme en madre y haberle dicho te amo a mi novio». «A mí me hubiera gustado poder escuchar la canción completa y que me encontraran antes de que mis pulmones se llenaran de humo».
Uno de los actores rasga las cuerdas de una guitarra y canta junto a una actriz. «Estaba empezando a preguntarme cosas raras / ¿Qué busca la gente cuando uno sólo canta? / Será la necesidad de no sentirse nadie. / Soy uno más de ellos y menos uno en casa. / La vida dibujó una sonrisa en mi cara y en un minuto triste la borró como si nada. /A y de mí, ay de vos, ay de todos… Se trata de un fragmento del tema que compuso León Gieco y que en algunas oportunidades, post Cromañón, interpretó con Fontanet.
Se encienden las luces y los rostros humedecidos de los presentes hablan por sí solos. El aplauso es cerrado, el salón deja de ser la pista de Cromañón y vuelve a llamarse Presidente Perón. «Por los pibes, por los sobrevivientes y por los padres que ya no están», exclaman desde el escenario y hay eco en la platea. Una bandera argentina reza «Los chicos de Cromañón presentes ahora y siempre» y se ven las 194 fotos de los fallecidos.
En la puerta de la Legislatura, sobre la calle Perú, se despiden los familiares, que mastican bronca, impotencia y hartazgo. Pero antes sale el tema de la serie recientemente estrenada. «Fue una ficción muy básica, que representa una mínima parte de lo que pasó. Pero aburre esto de representar una sociedad de sexo, drogas y rock&roll. Ojalá dejen de poner la lupa siempre sobre las víctimas y hagan una película sobre cómo trataron de zafar los políticos responsables», afirman.
«Acá, nosotros no lo queremos a Fontanet, que es el único que sigue lucrando con Cromañón y nuestros muertos. Porque Chabán, que fue el único que pidió perdón, está muerto. Aníbal Ibarra, ex intendente, es un muerto político. (Rafael) Levy, ex dueño de Cromañón, dicen que está fuera del país. Entonces nuestro foco es Fontanet, que en su banda Don Osvaldo tiene al baterista Juano Falcone, que es el nieto de Estela de Carlotto y ahora el grupo es intocable».
Se ponen la mano en la boca para evitar groserías. «Pensar que las primeras misas después de la masacre de Cromañón las daba Bergoglio... Mirá las vueltas de la vida, ahora como Papa se saca una foto con Fontanet y Falcone. ¿Qué favores le estará debiendo el Papa a Carlotto?», se preguntan sarcásticos y ahora sí se despiden. «Nos vemos el jueves», día en el que la Legislatura se debatirá la ley para declarar como vitalicia la asistencia a familiares de víctimas y sobrevivientes.