Estados Unidos se acaba de encontrar a sí mismo en un espacio de incómoda decadencia que nadie puede asegurar si anticipa peores momentos. Es complejo calibrar cuántos escalones de prestigio y liderazgo perdió el país en apenas unas horas de locura este último martes en uno de los vértices del poder de la potencia.

En un movimiento sorprendente, una minúscula escuadra de halcones trumpistas del llamado Freedom Caucus del legislativo derribó a su correligionario Kevin McCarthy de la presidencia de la cámara de Representantes, dejándola paralizada y en caos.

No existen antecedentes de un episodio semejante de autoflagelación que confirma el poder de daño que mantiene el ex presidente Donald Trump, el mismo que en enero de 2020 cargó sobre el Legislativo en un intento nítido de golpe para detener la confirmación presidencial de Joe Biden.

Ayer y hoy el magnate es la representación más estentórea de una forma exuberante de populismo no solo en EE.UU., plagada de personajes burlescos, que ignoran límites, deprecian cualquier cuidado institucional y se abrazan a la mentira al tiempo que reducen a una masa acrítica y manipulable al electorado, testigo impotente de estas miserias.

El eje de la batalla a esos extremos nace de la negativa de la oposición republicana a autorizar el aumento del techo de la deuda pública que evite que la administración federal quede bloqueada. En EE.UU. el Parlamento es el poder que autoriza el gasto del Estado.

Si se cierra ese grifo, el gobierno pierde liquidez para fondear las agencias gubernamentales, las fuerzas armadas, las de seguridad, policiales o sanitarias y miles de empleados federales se quedan temporalmente sin trabajo y sin sueldo. Un impacto en la economía de todos.

La ofensiva contra McCarthy, que se lanzó, además, sin una alternativa para cubrir la vacante, fue un castigo a este legislador amante de las cámaras pero sin espaldas para el cargo. En junio pasado hizo un pacto con la Casa Blanca, repudiado por Trump, para evitar estos bloqueos.

Acababa de habilitar otra postergación que nuevamente salve al gobierno de quedarse sin caja el 30 de setiembre. McCarthy no es precisamente un moderado. En medio de este barullo encabezaba un irrisorio intento de impeachment contra Biden carente de pruebas sólidas para semejante proceso, pero destinado a contentar a Trump.

Sin embargo, en el caso de los fondos, McCarthy actuó con cierto criterio porque entendía que si se avalaba el cierre, serían los republicanos quienes aparecerían frente a los contribuyentes como los responsables de semejante trastorno.

Trump opinaba lo contrario. En su red social, Truth, el ex mandatario, que marcha a intentar arrebatar a Biden la presidencia el año próximo, demandó actuar sin contemplaciones contra la Casa Blanca salvo que “se obtenga todo” lo que demande el partido, prácticamente cogobernando al imponer una reducción extraordinaria de los presupuestos.

“Se equivocan -les dijo a sus legisladores en una furibunda filípica sobre el peso de las responsabilidades–. Es el presidente el que será maldecido (por los contribuyentes), el corrupto del infierno Joe Biden. Nuestro país está siendo sistemáticamente destrozado por un marxismo de izquierda radical, de fascistas y matones, LOS DEMÓCRATAS”. Dicho así en mayúsculas, la forma en que el ex mandatario concibe la convivencia política.

Esta escena distópica, conviene remarcarlo, sucede en la mayor potencia global. Pero no confundirse. No se trata solo de un duelo doméstico. Refleja la enorme crisis que despedaza a los republicanos. Pero, al mismo tiempo, configura un daño sustantivo a la gobernabilidad. Sin una conducción clara de la Cámara baja, que la oposición republicana ganó por una mínima diferencia en las pasadas elecciones de medio término, se traba la propia administración federal.

El analista Stephen Collinson describió en CNN con acertado dramatismo los matices de ese escenario. “El partido Republicano en la era de Donald Trump se ha convertido en una de las grandes fuerzas de inestabilidad en la vida estadounidense, y potencialmente del mundo”, escribió.

Este escenario, con detalles, está siendo observado por China, Rusia o Corea del Norte, en el bando adversario, y por los aliados históricos de EE.UU., todos coincidiendo en reescribir sus hipótesis de defensa. La duda general es hasta qué punto esta deriva suicida puede estar exponiendo una crisis más profunda e irremediable en la evolución de la potencia.

Un eje del debate que costo el puesto a McCarthy es la reducción de hasta 120 mil millones de dólares del presupuesto del año fiscal 2024, lo que complicaría la gestión de Biden, disolviendo, entre otras, las partidas destinadas a sostener la campaña militar de Ucrania contra la agresión rusa.

El Freedom Caucus (bloque de la libertad) es una derivación del antiguo Tea Party, una línea fundamentalista republicana que culpaba a la política y a la burocracia por la reducción del poder relativo global de EE.UU.

Era el ala ultra religiosa que desconocía la teoría evolucionista de Darwin y en cambio postulaba el “creacionismo” según el cual los hombres junto a los dinosaurios y a los dragones (creían en su existencia, realmente) fueron creados por una fuerza superior. De modo que lucharon para que en las escuelas se omita cualquier referencia al darwinismo. Todo ha sido la mano de Dios.

Trump, pese a sus calavereadas, ganó poder en ese sector, agregando el apoyo a las milicias racistas ultranacionalistas, parte de las cuales fueron las que lanzó sobre el Capitolio el 6 de enero de 2020. Esos grupos rechazan la ayuda a Ucrania al extremo que uno de los líderes de esas organizaciones se asiló en Rusia, un país con el cual Trump ha tenido intrigantes vínculos, parte de ellos comerciales por llamarlos de algún modo.

Recordemos que en febrero de 2017, apenas iniciado el gobierno del magnate, renunció Michael Flynn, su asesor de Seguridad Nacional, equivalente a un ministro, debido a los fluidos contactos del funcionario con la embajada rusa en Washington, desde aún antes de que Trump asumiera el gobierno.

Cuando el ahora caído McCarthy pactó con la administración Biden para evitar el cierre federal del último día de setiembre, lo hizo respetando esas condiciones. El nuevo techo de la deuda no debería incluir los 6 mil millones de dólares reservados para Kiev y lo justificó revoleando el argumento facilista de que protegía así a los contribuyentes.

Hay una exageración grotesca en torno a este tema. El Nobel Paul Krugman indicó recientemente en The New York Times que el gasto de EE.UU. en la guerra, hasta ahora en torno a los 77mil millones de dólares, es menos de 1% del gasto federal, o menos de 0,3% del PBI norteamericano. Si se toma el presupuesto de Defensa Nacional, explica, es menos de 5% del total. En esa torta juegan además los fondos que distribuyen los aliados europeos.

Son cantidades que no influyen y constituyen, además, inversiones en liderazgo. Pero la ofensiva de los halcones republicanos busca construir una nueva etapa insular de la potencia, de ruptura del atlantismo, aun más acentuada de lo que fue durante el accidentado gobierno de Trump.

Un pos americanismo que puede llegar a coronarse peligrosamente en las elecciones del año entrante. ©Copyright Clarín 2023