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Luzmila Ondo Bise: «La mitad de la población masculina de Guinea Ecuatorial está encarcelada»

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Luzmila Ondo Bise destacó que, bajo el paraguas de un feminismo que aparenta proteger a las mujeres, los hombres en Guinea Ecuatorial son despojados de derechos básicos y sometidos a humillaciones profundas. Un caso emblemático que mencionó es el de Baltasar Ebang Engonga, alias “El Bello”, un alto cargo gubernamental cuyas acciones involucraron la publicación de videos sexuales destinados a degradar a las mujeres y, por extensión, a sus parejas.

Según la activista, en muchos casos, estos hombres son obligados a permanecer en matrimonios que el régimen utiliza como herramientas de control. “Es una doble victimización: no sólo se les impide tomar decisiones sobre sus relaciones, sino que también se les condena al silencio, pues cualquier intento de oposición es considerado una rebelión contra el régimen”, explicó Ondo.

Ondo describió un sistema político liderado por Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, cuya dictadura, la más longeva del mundo, ha perpetuado una cultura de terror que no distingue género. Sin embargo, subrayó que la represión afecta de manera particular a los hombres, quienes constituyen la mayoría de los encarcelados y perseguidos. “Casi la mitad de la población masculina de Guinea Ecuatorial está encarcelada o ha tenido que huir del país”, detalló.

La isla de Annobón, uno de los territorios más afectados, ha sido testigo de la explotación de recursos naturales y la destrucción de comunidades enteras, lo que ha llevado a numerosas protestas reprimidas con extrema violencia. Las detenciones arbitrarias y traslados a cárceles inhumanas han dejado a familias desamparadas y niños huérfanos.

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En su intervención, Ondo también cuestionó la inacción de la comunidad internacional y el temor de gobiernos y organismos frente al régimen de Obiang. “Guinea Ecuatorial es un ‘cuco’ del que nadie quiere hablar; el pánico a represalias internacionales silencia a muchos”, afirmó.

A pesar de los horrores que describió, Luzmila Ondo Bise concluyó con un llamado a la acción: “Los hombres y mujeres de Guinea Ecuatorial necesitan que el mundo los escuche. La dictadura no discrimina, y el silencio sólo perpetúa el sufrimiento”. (www.REALPOLITIK.com.ar)

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Atropellado, con una pata fracturada, estaba frío e inmóvil cuando llegó la ayuda: “Movió la cola y se levantó como pudo”

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Era un sábado helado de invierno, con temperaturas bajo cero cuando, desde su casa, vio una publicación en redes sociales que la impactó. Echado sobre una sábana sucia, mojada y sobre una reja se veía la triste imagen de un perro tipo pitbull que había sido atropellado. “Quien había redactado el posteo era una empleada de la parrilla de Coco -el local de comida cerca de donde yacía el animal- y que, días anteriores, le había dado de comer huesos y sobras. La noticia tenía como 200 comentarios y casi 100 compartidos. Pero la realidad era que nadie, hasta ese momento, había ofrecido ayuda”, recuerda Florencia, una vecina de Ituzaingó que forma parte de grupos de rescate y tránsito de animales en esa localidad de la provincia de Buenos Aires.

La misma persona que había publicado las fotos, fue quien le dio los primeros auxilios al perro y, con la mejor voluntad y esfuerzo, lo llevó a zoonosis de Ituzaingó. Sin embargo, la dura realidad la golpeó allí también: no recibió ayuda alguna sino una lista de insumos requeridos “porque el municipio no nos provee ni gasas”, según le dijeron.

Agonizaba entre otros animales faenados cuando lo encontraron en el patio de una vivienda que vendía carne: “Había olor a descomposición”

“Vamos a buscarlo”

Conmovida hasta las lágrimas, Florencia le mostró a su pareja la publicación y la reacción de los dos fue inmediata: “vamos a buscarlo”, acordaron. “Llegamos al lugar, estaba a la vueltita de colectora de Acceso Oeste, a unas cuadras de casa. Empezamos a dar vueltas, no lo veíamos. De la nada, se acercó un perro negro, todo peludo, moviendo su colita y literalmente nos llevó hasta Coco, el perro atropellado, que estaba acostado, sobre un alambrado, a unos metros de ahí”.

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Debilitado, Coco miraba la situación de costado, sin levantar la cabeza, curioso y dolorido. “Yo tenía encima una bolsa con un poco de alimento balanceado y lo compartí con los dos perros. De a poco, me gané su confianza: se levantó como pudo, estaba todo golpeado y no movía una pata delantera. Subió a la camioneta como si la conociera. Se bancó el trayecto hasta la veterinaria Udaondo sin emitir sonido. Cuando entró a la veterinaria, le movió la cola a todo el mundo. Lo acostaron sobre la camilla, lo pincharon, le dieron pastilla para las pulgas y garrapatas, le sacaron la primera placa mientras permanecía inmóvil -si se movía no servía la imagen- y no hizo ni un mínimo movimiento. Lo atendieron super rápido. Le hicieron una placa de su pata, estaba quebrada en tres pedazos y tenía el hueso superpuesto; había que operarlo. Estaba lleno de garrapatas y pulgas, tenía un ojo ulcerado, también producto del impacto del auto, heridas por todo el cuerpo”.

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El cuadro era complejo. Según los médicos, ya había pasado una semana aproximadamente desde el golpe por el estado que Coco presentaba. Le hicieron un vendaje provisorio en la pata para inmovilizarlo, le recetaron antiinflamatorios, antibióticos, vacunas, crema y gotas para la úlcera, y una pastilla para las pulgas. Los jóvenes quedaron la espera del presupuesto para la cirugía. De acuerdo al estado de su dentadura, los profesionales que lo atendieron calcularon que Coco tendría entre 7 y 9 años.

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Desde la veterinaria, Coco, Florencia y Nicolás fueron directo a la casa donde conviven y transitan animales que, como Coco, son simplemente descartados y abandonados a su suerte. Ya bajo techo, acondicionaron una habitación especialmente para Coco para que pudiera recuperarse cómodo, hasta definir cuándo sería su operación. “Pusimos una cámara para poder verlo todo el día, mientras nosotros estábamos en nuestros trabajos”.

Los primeros días, Coco pasó la mayor parte del día acostado: entre los analgésicos y los antibióticos, sumado a la molestia de una pata quebrada, no tenía mucho ánimo de hacer más que descansar.

Pero las malas noticias continuaron. El ojo de Coco empeoró. La úlcera se hizo mas grande. La veterinaria que seguía su caso analizó la posibilidad de coserle el párpado, para que pudiera tenerlo cerrado de forma permanente, y así evitar que perdiera el ojo. Mientras tanto, llegó el presupuesto del traumatólogo: el costo de la cirugía ascendía a $110.000 y había que colocarle tutores externos por 45 días mínimo, para que pudiera soldar el hueso de forma correcta.

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“Ya no pude separarme de él”

“Hicimos una colecta, entre todos llegamos a juntar casi todo el dinero así que lo operaron de inmediato. Y los médicos aprovecharon la misma intervención para hacer la sutura del párpado. Entró caminando como pudo y salió con un tutor externo con cuatro clavos en la pata. Nunca se quejó de nada. Se portó espectacular. Salió todo como esperábamos; ahora quedaba todo el camino hasta la recuperación. Fueron 45 días de mucha dedicación y buena predisposición de Coco con controles semanales en la clínica, analgésicos, y curaciones”.

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Finalmente, 60 días después se le retiraron todos los tutores y los puntos de su párpado. Su ojo se recuperó casi al 70%. Solo le quedó una cicatriz como recuerdo. “Muy de a poco, comenzamos con ejercicios para recuperar la confianza en su pata, al principio casi ni la apoyaba. El pasto fue de gran ayuda, una superficie confortable que funcionaba como una especie de colchón natural para el apoyo”. Meses después, la pata de Coco estaba recuperada casi completamente. Florencia dice que solo se lo nota un poco molesto en los días de humedad.

En principio, Coco iba a ser otro perrito en tránsito de Florencia. La idea original era ayudarlo a que se recuperara y darlo en adopción. Pero algo sucedió en ese camino lleno de incertidumbre. “Fueron más de 60 días de mirarlo a los ojos y preguntarle cómo estaba, que me respondiera con una lamida en la cara, o una pata en la cabeza. Siempre me movía la cola, se sentaba a mi lado, me miraba profundo. Un día, abrí la puerta de su habitación donde lo habíamos alojado y salió con mis otros tres perros al jardín, juntos, como si se conocieran de otra vida. Entonces ya no pude separarme de él. Ahora somos familia y Coco tuvo la segunda oportunidad que todos merecen”.

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